El autor de “Pequeñas palabras” Salvador Robles Miras experto y escritor reconocido en el arte y los mundos de la minificción nos habla en exclusiva sobre “los microrrelatos”.

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Palabra viva

Aquí una selección de microrrelatos del libro Pequeñas Palabras en los que el autor «se adentra, entre otros muchos temas» en la tragedia del Holocausto. 

El minuto más hermoso

Era un joven judío y, pese a sus múltiples esfuerzos, no había podido ocultarlo, por eso formaba parte de la cola de presidiarios que aguardaba su fatídico turno delante de la cámara de gas. Pero también era un ser humano dispuesto a morir con dignidad. Y, en su escala de valores, el rasgo más digno de un hombre lo constituía la bondad.

Delante de él se encontraba Raquel, su vecina, la que siempre había estado enamorada de él. El joven alargó el brazo, estrechó la mano temblorosa de la muchacha y, antes de cruzar el umbral de la bóveda mortuoria, se despidió del mundo pronunciando una formidable mentira.

—Te amo, siempre te he amado –susurró en el oído de Raquel.

Un minuto después, los dos jóvenes fueron gaseados. Y Raquel murió sin sentir dolor, anestesiada por la certeza del amor. Sus veintidós años le habían conducido al último minuto, el más hermoso de su vida.

Despedida en la cámara de gas

Las separaron a golpes nada más descender del vagón de ganado, y no volvieron a verse hasta unos días más tarde, en el matadero de la cámara de gas. Decenas de cuerpos les impedían acercarse la una a la otra. En medio de los aullidos de desesperación que estremecían la sala, antes de que el gas las asfixiara, madre e hija, por unos segundos, con los ojos, se dijeron todo lo que querían decirse. Y lo último que se llevaron de este mundo de locos no fue el odio, sino el amor.  

La esperanza del pobre iluso 

Sus compañeros de cautiverio le llamaban el pobre iluso. En medio de la desesperación reinante en Auschwitz, él se aferraba al último hilo de esperanza que le quedaba. «Es lo único que tengo», decía. No se salvó, pero, incluso en el umbral de la cámara de gas, albergó la esperanza de salvarse. «¿Y si en el último momento se apiadan de nosotros?», preguntaba retóricamente a los compañeros que hacían cola a las puertas del matadero. Nadie se apiadó de ellos. Todos murieron asfixiados. Pero la esperanza no se ahogó, quedó flotando en el aire. El pobre iluso le había insuflado vida.