Antes de entrar en el bosque, le dije a
Beatriz en Facebook, tenemos que ponernos el disfraz de ninfas para no
desentonar en los terrenos sagrados de la Madre Tierra. Habla Antonio Arroyo
Silva en la introducción a tu poemario sobre el renacer de la vida, tan
evidente en la primavera, y sobre la imposibilidad de que la deidad o la
Naturaleza responda a tu pregunta del por qué o el para qué del renacimiento.
Como ser humano del género masculino (que llamaré hombre a partir de ahora para
simplificar) quizá no puede saber, no puede sentir lo que las mujeres “sabemos”
porque lo “sentimos”: que la vida nunca muere, que es un ciclo eterno, el ciclo
de la Madre Tierra, circular, eterno. Que la muerte y el renacimiento son
inventos del hombre, mientras que la vida es invento exclusivo de la mujer. Y
que nosotras, como seres humanos del género femenino (que llamaré mujer a
partir de ahora) somos las representaciones humanas de la Diosa en la tierra.   

Cuando los hombres, como Machado, Juan Ramón
Jiménez o Miguel Hernández se acercan a la naturaleza y a la vida y la intentan
trascribir al lenguaje, se convierten en hijos de la Diosa y su alma se viste
de mujer. Ya lo dijo Robert Graves, en su obra La Diosa Blanca, que el origen del lenguaje poético estaba
vinculado a las ceremonias religiosas en honor de la Diosa y que este lenguaje
fue corrompido por los hombres patriarcales cuando impusieron el culto a los
dioses solares, mucho antes, incluso, de que Apolo se adueñara de Delfos. El
tema de los poetas primigenios era el ciclo de las trece lunas, el del
nacimiento, muerte y resurrección del año agrario, simbolizado como el dios, el
hijo de la Diosa y que después adquiriría múltiples nombres: Tammuz, Dumuzi, Adonis,
Dioniso, Mitra, Jesucristo… Los poetas verdaderos para Graves eran los
eternos enamorados de la Diosa, su musa, trascriptores de lo pre-racional, para
los que ella era su patrona, el ama y señora de su inspiración y su acción
vital. La poesía es una revelación de la Musa o Diosa, que sólo puede darse en
estado de trance y que nada tiene que ver con el conocimiento racional o la
inteligencia, sino con el instinto y el estado onírico. El lenguaje de los
mitos y los símbolos era fácil en tiempos de adoración a la Triple Diosa y se
hizo confuso con el tiempo. Apolo impuso la razón sobre la poesía y la poesía
perdió la magia y se convirtió en un ejercicio formal, que sólo podían
practicar los hombres alejados de la Diosa. Se codificó en la escritura, cuyo
acceso fue negado a las mujeres, y su magia y poder, basados en el hálito
sagrado de la palabra oral, se perdió en la noche de los tiempos.

Pero incluso estos poetas solares, hijos de
Apolo, guardaban en su subconsciente el recuerdo de la Madre y por eso
convirtieron a la Luna en el símbolo poético universal e imperecedero que sigue
siendo, y por ello cuando cantan a la Madre Tierra su voz nos suena tan
auténtica, tan real… Siento mucha tristeza de que haya tantos hombres (y
también mujeres) que no conozcan, que no sientan a la Diosa, que no puedan
cantarla en su corazón, que sigan buscando los porqués y los paraqués en
lugares donde nunca van a encontrarlos, en la ciencia, en la filosofía, en la
ambición, en la lucha, en la posesión… porque está tan cerca (y tan lejos) como
pueda estarlo el interior de uno mismo.

Nosotras, las mujeres, no perdimos la magia
del lenguaje poético porque la magia está en nosotras desde que nacemos al ser,
como somos, reproducciones fieles de nuestra madre, la Diosa. Está guardada, en
forma de espiral acuática, entre las paredes de nuestro útero. Nuestro drama no
es que la hayamos perdido, sino que no lo sabemos. Nos robaron la conciencia de
este don cuando nos sometieron y subordinaron y nos expulsaron del templo, y
llegaron otros dioses que creaban el mundo sentados en el trono de la palabra,
practicar la sexualidad, sin gestar, sin parir, sin amamantar. Nacer, crear,
dejó de ser realidad y se convirtió en un juego de palabras simbólicas.

Pero las mujeres, aunque ya no lo “sabemos”
racionalmente (porque ¡es imposible!), afortunadamente, lo intuimos y lo convertimos
en cuerpo y sangre poética cuando escribimos (cuando cantamos) poesía y lo
perdemos, lamentablemente, cuando hacemos ejercicios poéticos según las
lecciones de los profesores apolíneos, los que decretan cuántos versos y
estrofas han de tener los sudores de nuestros partos. Nuestros versos son de
sangre, la sangre menstrual que limpia periódicamente nuestra alma, la única
sangre que no se derrama como consecuencia de la violencia, la que se usaba
durante siglos para fertilizar los campos y que terminaron también por robarnos
para despilfarrarla empapada en un tampax de celulosa arrojado al vertedero.

Perseo decapitó a Medusa para apoderarse de
su caballo sagrado, Apolo mató a Pitón para apoderarse de su sabiduría, Teseo
engañó a Adriana para apoderarse de su reino, un reino que después despreció
abandonando a su princesa sacerdotisa cobardemente mientras dormía (menos mal
que andaba por allí Dionisos y la elevó con él al olimpo correspondiente,
mientras Teseo continúo con sus jueguecitos sangrientos de game boy en versión
aquea. Nos han contado que Medusa era un monstruo horroroso, que Pitón era una
serpiente dragón maligna y que Adriana era una princesa ingenua y, además,
traidora. Y lo hemos creído. No sabemos que Medusa y Pitón son representaciones
de la Diosa en su faceta de Madre Terrible y que Adriana era una diosa. También
nos contaron que Penélope se pasó la vida esperando a Ulises, teje que teje, y
se les olvidó añadir el pequeño detalle de que mientras su maridito se dedicaba
mariposear de diosa en diosa y de sirena y sirena, su esposa se ocupaba de la
ardua tarea de reinar en Ítaca.

No sabemos la mayoría de las mujeres que esas
historias que nos han contado sobre diosas y reinas, y que llamamos mitos, no
son más que versiones, remakes que contienen una mezcla de verdad y de mentira,
una suerte de justificación por haberse apoderado del poder de la magia y que,
como versiones, tienen un original perdido en la noche de los tiempos. Una
magia robada que no supieron usar y que convirtieron en razón, ese sol
deslumbrante que no nos deja ver lo que está más allá de lo visible, lo lunar,
lo intuitivo, lo femenino.

También nos contaron que nosotras, las
mujeres, éramos inferiores, que no teníamos alma, ni inteligencia, que
pertenecíamos a la oscuridad, al voluble concepto llamado pecado, el peccatum, latino que significaba
trasgresión voluntaria de un precepto tenido por bueno, que era hamartia, fallar el blanco, para los
griegos, y que significaba olvido de algo presente para los arameos. Y para la
tradición judeocristiana el pecado era el alejamiento de la voluntad de Dios. Y
nosotras, con nuestra razón recién estrenada, lo creímos y, para no desviarnos
de la ley del dios usurpador, no quisimos transgredirla para no quedarnos solas
y vulnerables, para protegernos de la amenaza de ser esclavas, concubinas o
esposas, dejamos de sentir nuestro poder y fuimos negadas y subordinadas y
creímos que esa era nuestra condición “natural”, como Aristóteles, San Pablo y
San Agustín habían decretado.

Afortunadamente, hemos aprendido a
desobedecer, a rebelarnos, a pecar, en una palabra, por fin nos hemos comido la
manzana nosotras solitas, sin ofrecérsela a nadie y con ello, ya podemos determinar
qué es el bien y el mal. Estamos recuperando nuestra propia sabiduría y hemos
dejado de creer muchas mentiras. No somos inferiores, no somos tontas sin alma
y no existen los príncipes azules.  

En el momento que dejamos de creerlo, ahora,
después de cinco mil años de patriarcado, hemos ido recuperando nuestro poder.
Ya podemos hablar de tú a tú con Machado, con Juan Ramón y con Miguel
Hernández, como hace Beatriz, pero con nuestro propio lenguaje, con nuestra
propia poesía. Ya sólo nos queda convencernos y podremos hacer todo lo demás,
que no es lo que hacen los hombres, sino lo que nosotras, como mujeres,
queremos hacer. Y eso Beatriz lo sabe y yo sé que lo sabe.

Somos magas, somos diosas y sacerdotisas,
como Adriana. Y si un hombre nos engaña y abandona, si mil hombres nos engañan
y abandonan, nos despertamos de nuestra pequeña siesta en Naxos y nos sacudimos
el dolor del abandono como de un traje pasado de moda y nos convertimos en
diosas junto a Dioniso, el dios de la libertad y el éxtasis, el símbolo de la
vida indestructible, y celebramos nuestra bacanal, nuestro akelarre, en la
arboleda, en el bosque de los sentidos.

Pero antes de entrar en el bosque nos
despojaremos de nuestros ropajes de miedo, de inseguridad, de culpabilidad,
hechos con el hilo de la dependencia, con ese hilo que nos ataba a una
naturaleza que no es la nuestra, sino la que nos contaron que era la nuestra. Y
ya desnudas de mentira nos pondremos el disfraz de ninfas, que no es otro que
el de nuestra propia piel y nuestro propio lenguaje, hecho de hojas, de frutos
y de flores, salpicado de la sangre de nuestros partos, y bailaremos la danza
que nos apetezca, y cantaremos los versos de nuestra verdad, como hace Beatriz,
los que hemos escrito apoyadas en un roble, el de nuestra fortaleza, el de nuestra
verdad.

Esa verdad que espera la Madre que gritemos,
paciente, con su mirada esférica que todo lo abarca. Que necesitamos gritar con
el corazón abierto para no ser destruidas, que pintamos cada día, con infinito
esfuerzo, de colores felices. Cuando escuchamos los ladridos de los perros bajo
la luna, cuando contamos los garbanzos de la comida que damos a nuestros hijos
con miedo de que no sean suficientes, cuando sentimos el aroma de los naranjos al
ser besadas, cuando buscamos las amparos que nos consuelen con su voces de
leña, cuando nos columpiamos en espadas y cicatrices para curar nuestras
heridas, cuando guardamos nuestra felicidad en un laberinto vigilado por el
amor de unos ojos rasgados. Esa verdad que será grito en el bosque silencioso,
sacudiéndose del pelo la lluvia de las soledades, desmaquillándose el rostro de
violencia y rencor, vaciando los cajones de innecesaridades, olvidando el miedo
a las espinas del lenguaje porque será más poderoso que ellas el aroma y el
terciopelo de los versos. Una verdad contenida en el infinito espacio de una
hoja de roble.    

Ayer, hablando de heridas en el pasado, abrí
sin querer una puerta dolorosa para mi amiga Beatriz y hoy, quiero cerrar ese
círculo de dolor y transformarlo en un discurso de poder y afirmación para
ella. Qué mejor método para ello que el sortilegio. Invoco, con este poema sortilegio,
las fuerzas invisibles y efectivas de nuestra propia palabra y nuestro propio
discurso:

LA
BELLA DURMIENTE DESPIERTA

Las
princesas de hoy

ya
no sueñan con príncipes.

Han
descubierto por fin

que
los hombres no tienen sangre azul,

que
sólo quieren follar

a
mujeres que ya no están dormidas

y
que, en lugar de amor verdadero,

despiertan
en ellas

decepción
y rabia

y en
el mejor de los casos,

un
amargo sabor de resaca.

Los
príncipes de hoy

ya
no cabalgan en briosos corceles

rescatando
bellas damas

ATENEO DE MADRID. Sala: Nueva Estafeta. 
 María Sangüesa, Angie Simonis, Beatriz Giovanna Ramírez

de
malvados y dragones.

Son
débiles, inseguros,

fuman
porros

y se
hacen rayas

y
hay un alto porcentaje

de
eyaculadores precoces y gays.

Lo
malo de toda esta cuestión

es
un vacío para la literatura,

que
tendremos que inventar

otros
cuentos

para
los hijos del futuro,

donde
las damas

rescaten
a otras damas

mientras
ellos discuten sobre fútbol.  

Angie Simonis.

Domingo, 29 de abril de 2012, Madrid.


En la Tertulia de Pensamiento Marginal: «Vamos a vestirnos de ninfas» La recuperación del imaginario colectivo de las mujeres en la obra de Beatriz Giovanna Ramírez, Por: Angie Simonis, Filóloga Hispánica y Doctoranda en Estudios Pluridisciplinares de Género del CEM (Centro de Estudios de la Mujer) de la Universidad de Alicante.
Lugar: ATENEO DE MADRID.
Dirige: María Sangüesa.

Sala: Nueva Estafeta.


///


Biobibliografía

Angie Simonis.
Soy Licenciada en Filología Hispánica y ultimo mi tesis doctoral en Estudios
Pluridisciplinares de Género del CEM (Centro de Estudios de la Mujer) de la
Universidad de Alicante, bajo la dirección de la catedrática de literatura
Carmen Alemany Bay.

            En mi faceta profesional como
docente, he impartido asignaturas relacionadas con la literatura de mujeres y
el cine español desde la perspectiva de género en CIEE, programa para
universitarios estadounidenses en la Universidad de Alicante. En la actualidad
imparto cursos y talleres sobre cine, literatura y mitología de mujeres, como
medio de prevenir las múltiples formas de la violencia sexista y fomentar el
feminismo, difundiendo su cultura y tradición.

            Por lo que respecta a mi labor como
investigadora, hasta 2009 mis investigaciones se centraron en el lesbianismo,
con la culminación de la publicación de mi trabajo (DEA) Yo no soy esa que tú te imaginas: el
lesbianismo en la narrativa española del siglo XX a través de sus estereotipos
,
2009, en la colección Nueva Lilith, también del CEM. Este año también vio la luz mi
artículo “Lesbofilia: asignatura
pendiente del feminismo español” en Ana María Vigara Tuste (Dir.), De igualdad y diferencias: diez estudios de
género
, Madrid, Huerga y Fierro, 2009. En 2008 se publicó mi artículo “Yo
no soy esa que tú te imaginas: representación y discursos lesbianos en la
literatura española” en Raquel Platero (Coord.), Lesbianas, discursos y representaciones, Editorial Melusina. En
2007, «Creatividad femenina en el arte de la palabra. La imagen de las mujeres
lesbianas en el siglo XXI» en Jornades 30
anys de feminisme al País Valencià, Allò que fem, allò que volem, 1-2/12/2007,
Resum de ponències, taules redones, tallers i comunicacions
, Asamblea de Jornades
Feministes País Valencià/ Tàndem Edicions, 2007.

            En
2010 publiqué
“Retratos en
sepia: las imágenes literarias de las lesbianas a principios del siglo XX”, en
Elina Norandi (Coord.), Ellas y nosotras.
Estudios lesbianos sobre literatura escrita en castellano
, Editorial Egales, 2010. En 2011 “Victimismo
y palimpsesto lesbiano en la narrativa de Carmen Riera y Montserrat Roig” en Accions i reinvencions, Colección
“Cuerpos que cuentan”, Barcelona, Edicions UOC.

            Anteriormente, fui la editora de Amazonia: retos de visibilidad lesbiana (Volumen 2 de Cultura, Homosexualidad y Homofobia),
Editorial Laertes, 2007, en colaboración con Félix Rodríguez González) y compiladora en
Educar
en la Diversidad
,
Barcelona, Laertes, 2005. En estos mismos volúmenes soy autora de la
introducción y de los artículos «En busca del lenguaje perdido. Sobre la crítica
feminista lesbiana en España» y «Silencio a gritos: discurso e imágenes del
lesbianismo en la literatura».

            En
colaboración con Marta Blanco Fernández, editamos Naturaleza de Mujer (Diputación provincial de Alicante / Concejalía
de la Mujer, Ayuntamiento de Villajoyosa, 2004).

            Por
lo que respecta a mi faceta creadora, obtuve el primer premio en relato corto
con «Lágrimas azules», II Certamen de Relato Corto, Asociación de Mujeres
“Horizonte de Rute” y Excmo. Ayuntamiento de Rute, Córdoba, 2003. Y fui
finalista con «Malva y romero», en I Concurso de Relatos Cortos RQTR, Madrid,
2004.

            En
1996 se publicó mi libro de memorias Yo
persona, diario de una superviviente
, Distribuciones Margenal, Valencia.

            Como
poeta, tengo los poemarios inéditos: El
corazón en la palabra
(2000), El
olimpo cotidiano
(2004), Nadires
y Cenits
(2008), y Artemisa ama
a Isis
(2009).

            En
la actualidad, por lo que respecta a mi faceta investigadora, he abandonado la
línea de la literatura lesbiana y he centrado mi tesis doctoral en la
investigación sobre la espiritualidad femenina, cuyo título provisional es La Diosa: un discurso en torno al poder de
las mujeres.

            Este
mismo año de 2012 trabajo en la coordinación del volumen nº 20 de la revista Feminismos, del CEM, La Diosa y el poder de las mujeres.
Reflexiones sobre la espiritualidad femenina en el siglo XXI
.