Luis Artigue: “La poesía es un acto de desnudez extrema”.

BEATRIZ GIOVANNA RAMÍREZ [mediaisla] Yo creo en la poesía cristalina como agua liberada, en la poesía oscura como un pozo lleno de diamantes, la que convierte el grito en música y la muerte en leyenda, la que nos ayuda a no jurar el whisky en vano ni a despilfarrar lágrimas… 

Luis Artigue es un escritor que emociona y conmueve. Leer a Luis es penetrar en su universo lírico y dejarse llevar por la humanidad y el magnetismo que desprende. Vive la literatura como una verdad desgarrada, con precisión lingüística y vital, con el sentido del cuerpo, con tristeza, en sintonía con la vida, con la música y muy lejos de la muerte que desde el fondo la odia profundamente.

Conversar con él es contagiarse, impregnarse de esa fuerza vital que emana de su entorno: 

¿La poesía qué es en este tiempo? 

—La poesía es lo que queda cuando la literatura se quita la ropa… Y empiezo diciéndole esto porque, según mi experiencia lectora y creadora, si en el ensayo cobra importancia el pensamiento y en la novela esa importancia recae en gran medida en la imaginación, para que la poesía funcione, emocione y hasta conmocione tiene que ser verdad. La poesía, a mi juicio, tiene que ser verdad pues sin verdad se convierte en un efecto verbal y emocional, y en un acontecimiento estético simplemente correcto: calor que se disipa.

Quienes hemos sentido alguna vez, al leer un poema, cómo éste nos iba afilando la intuición y cómo nos regalaba precisión lingüística y vital, sabemos al menos intuitivamente donde está esa verdad vitalista que sintoniza el cuerpo con el alma, esa verdad serena que invita al intimismo, la verdad desgarrada que ayuda a extraer principios de la tristeza, la que convierte el grito en música y la muerte en leyenda. Tenemos más o menos claro pues que la poesía repleta de verdad, sea ésta clara y clarividente u oscura y misteriosa, nunca engaña. No, la poesía capaz de tocar un nervio del alma no engaña y no calla y de ahí su grandeza. Por eso siguen siendo tan necesarias hoy tanto la poesía como la verdad pues en este momento en el que la política y el derecho insisten en que todo es relativo y argumentable la poesía, que indirectamente nos dice que existe la verdad, y que hay que luchar por ella y esforzarse en ella, ha de ser, creo, el latido mejorador del mundo…. En este tiempo, pues, según yo la entiendo la poesía es un acto de desnudez extrema. 

¿Considera que el poema se ha trasformado en la saludable interdisciplinariedad?  

—No, pues el poema sigue siendo poema. Acaso sí la forma actual de escribir poemas sea más interdisciplinar, como lo es también nuestro mundo y nuestro yo. Y acaso, como se dice, escribir ahora sea coser el traje roto de lo que hemos leído… Si es así —que yo no lo creo del todo pues la poesía actualmente, y salvo emocionantes excepciones, a mi juicio está viviendo un regreso que la sitúa más cerca de la tradición canónica que de las vanguardias, que en el fondo son otra tradición canónica, sólo que distinta— no es malo que esto suceda pues el vértigo de lo poético está en todo y lo impregna un poco todo. La poesía es lo que tienen en común los que la escriben y la leen y la sienten y la viven, y eso va más allá de disquisiciones formales. Yo creo en la poesía cristalina como agua liberada, en la poesía oscura como un pozo lleno de diamantes, la que convierte el grito en música y la muerte en leyenda, la que nos ayuda a no jurar el whisky en vano ni a despilfarrar lágrimas… Creo en la poesía porque sin ella probablemente la vida seguiría existiendo, pero no sabríamos qué significa. 

-¿Cuáles temáticas le gustan y/u obsesionan cuando escribe? 

Intento que la poesía que escribo pueda ser identificada con algo sincero. 

-¿El jazz es sincero?  

Soy un apasionado de la música en general, y del jazz en concreto. Debo inicialmente este fervor a Rayuela y Julio Cortázar, y a On the Road de Jack Kerouac, y a All What Jazz de Philip Larkin, y a los Escritos sobre Jazz de Boris Vian, así como a los discos de muchos músicos que amo. Pero mi agradecimiento eterno al jazz, esa consoladora música de  libertadores educados en la universidad del dolor, viene de un momento definitivo y definitorio de mi vida… Con dieciocho años, y a causa de un ictus cerebral, permanecí encamado, enclaustrado y casi desposeído de conciencia en un hospital (la experiencia del coma fue como quedarse dormido en un bosque de cara a las estrellas: las pesadillas no tenían paredes; mi cuerpo se desplomó arrastrando al alma en caída libre, y demostré en tal punto una considerable adherencia a la vida)… Cuando desperté del sueño casi eterno había pasado mucho tiempo que, sentí, me había sido robado y mi situación física y anímica lindaba con lo insoportable… Sin embargo una compañera en la planta de neurocirugía del Hospital Ramón y Cajal de Madrid llamada Sonia, jamás la olvidaré, como sí podía andar, a veces, con su cabeza afeitada y su sorprendente buen humor, venía a mi habitación, y se acercaba a mi cama, y me leía al azar de los libros que yo tenía en la mesita. Y, con sus cascos, me invitaba a escuchar jazz… Yo inesperadamente salí de aquel lugar, y ella se quedó. Inicié un calvario de rehabilitaciones experimentando sin ganas las indignidades luminosas del dolor y, aún desde la atalaya de la silla de ruedas, escribí mi primer libro de poemas,Por si acaso la vida —el cual he reescrito y publicado en su versión definitiva en mi libro Empezar por el número tres. Poesía 1995-2005—. Una vez, en casa, recibí una llamada telefónica: hola, soy la madre de Sonia. ¿Te acuerdas de Sonia? Claro que me acuerdo. Y mucho. Y sé lo que me va usted a decir, y no quiero escucharlo… Inicié entonces, como quien regresa a donde todo empieza, la escritura de un libro titulado Tres, dos, uno, jazzque utiliza esa música, el sonido inspirado e improvisado de un pueblo que se liberó de la esclavitud mediante la música, como metáfora de la lucha contra las limitaciones, y como repaso de mi obligada condición de escultor de mí mismo. El libro recibió un premio en Valladolid, fue publicado en pasta dura y edición de alto copete por la Fundación Jorge Guillén y, posteriormente, recibió el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España. Pero, más allá de los premios y hasta del jazz, de esa música refinada y peligrosa como un ladrón de esmeraldas, el libro es un homenaje a la vida y las ganas de vivir, y un ejercicio de responsabilidad ética y estética por haber conocido en el hospital a quienes lucharon con dignidad heroica, y a quienes les lloraron admirablemente como una especie de resumen de lo humano… A veces aún me acuerdo de Sonia con un pendiente solo como las chicas traviesas… Esté donde esté, desde aquí, gracias… Y que le diga a la muerte que la odio. 

¿Cuándo el poeta es creador de una estética que va más allá que de un estilo?

—Vivimos en un mundo en el que está de moda la juventud, la exterioridad, la pose, la tontería, la falta de alma en cualquier caso… Y por eso cuando en este tiempo, y en todo tiempo, alguien trata de levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; como un muro que se derrumba para saludar la verdad erguida en medio —por decirlo con Luis Cernuda— está siendo anacrónico, intemporal, necesario, y aleccionador y está creando una estética que no será nueva, pero sí muy necesaria… Creo pues sin dogmatismo en la poesía imbricada en la biografía, el camino interior continuo, la evolución de la conciencia personal y el encuentro entre las conciencias; una poesía empapada de sinceridad. Sé que en esta sociedad pragmática y escéptica hablar de verdad supone invocar algo peligroso, dañino, algo sospechoso porque atenta contra la ceremonia de la confusión y contra el tinglado de apariencia y falsedad que nos hemos montado. Pero por eso hoy el poeta con su lenguaje, con su visión del universo, con su estado de ánimo tiene en mi opinión la misión de bajarse del carro del descreimiento circundante para intentar propagar su verdad emocional. Y es que ya nadie cree como Gabriel Celaya que la poesía pueda cambiar el mundo, pero acaso la poesía exenta de verdad sí que puede hacerlo: puede desfigurar el mundo… 

¿Qué poeta-esteta considera imprescindible?  

—Safo, por ejemplo. 

Acaba de concluir la que será su cuarta novela, y en su página Web http://luisartigue.esdice que lo ha dado todo y que se siente como quien sale de un gran concierto de jazz  y ahora está solo en medio de la acera, le pregunto ¿Ahora qué proyecto tiene en mente, “qué hará con el resto de su vida”? 

—Después del acto de autoindagación y vaciado que supone escribir cada libro de poemas intento depurar mi yo escribiendo luego una novela lo más alocada posible; un acicate para la imaginación. Y a mí intercalar así la poesía y la narrativa —no soy capaz de simultanear— me viene bien: por eso sigo ese modus operandi desde hace años. Ahora en efecto acabo de concluir una novela de humor disparatado y está reposando antes de que vuelva a ella para corregirla… Luego, cuando ellos quieran, volveré a escribir poemas. Pero para convocarlos, o conjurarlos, estoy volviendo a leer mucha poesía: todo sin dejar de vivir apasionadamente. Y que gire la rueda. 

¿A qué lugar le gustaría regresar? 

—Al café O Brasileira de Oporto mientras a través de la cristalera veo como un loco habla con la estatua de Pessoa, al café Floridita de La Habana repleto de chicas con sudores como brandy de frutas que se sacan fotos junto a la estatua de Hemingway, al café Players de Amsterdam cuando toma el micro y canta con voz de increíble belleza uno de los camareros, al ahora aburguesado café Les Deux Magots de París en el que aún se respira la inmarchitable aura de Djuna Barnes, a un club de jazz de León en el que dan tapas de pan de centeno y queso azul llamado el Plaza, a otro bareto leonés de música grunge y camareros disfrazados de telefilm de serie B en el que se cena un suculento tex mex y se convive con muchachos/as que combaten con cerveza las contraindicaciones de la adolescencia: el Mongogo, aquel rincón de la ciudad de Lima en el que fui feliz, a la casa en la que vivo con mi ser humano favorito y soy feliz… | BEATRIZ GIOVANNA RAMÍREZ, poeta colombiana residente en España.