Ser poeta es tener la palabra como arma, para contar nuestras verdades y desperezar sentimientos, similares a los nuestros, en otras personas. Es evidente que la verdad no es única, todo el que se cree en posesión de ella, se aleja irremediablemente. El o la poeta no pueden mentir, pueden tener un enfoque erróneo o incomprensible, ser cínico, irónico, mordaz pero no puede mentir, traicionaría sus sentimientos perdiendo autenticidad.

Hablar de la evidente calidad de la escritura y poeta Beatriz Giovanna Ramírez, sería una presunción por mi parte. Tuve la suerte de poder presentar dos de sus trabajos, allá por el 2013, el poemario “Antes de entrar en el bosque”, y el libro de microrrelatos “Un montón de espejos rotos, Microficciones escritas en escenas de pingback”. En el primero desgrana vivencias de distintos tintes, el dolor que provoca la violencia, que siempre es injusta. También nos dice de la valentía y decisión con la que se adentra en el desconocido bosque, con el que termina haciendo simbiosis, hasta dedicar a su Roble la obra. Nos habla del camino, del largo y necesario camino, por el que se transita al encontrarse con tierra extraña. En el libro de microrelatos desarrolla su destreza técnica, con mayor agudeza, condensando imágenes, con los imprescindibles vocablos, que nos llevan a extensas reflexiones, donde cada letra cumple un papel decisivo, dejando patente, que con pocas palabras se puede decir mucho.

En “Poesía de Alta Traición”, Beatriz extiende sus alas feministas, enfrentándose al machismo impositor y esclavista, con la fuerza de una amazona, reivindicando su esencia como mujer, incluso la dualidad con la que todos y todas convivimos, si no hemos intentado castrar la otra parte de nuestro ser.

Pienso que la poesía es una estrategia terapéutica, de nuestra parte más noble y vulnerable que son los sentimientos, quizás erróneamente, llevado de mi personal dependencia de ella. A veces, es la poesía un bálsamo para restañar nuestras heridas y en ocasiones, un bisturí con el que hacerlas que sangren purificando el daño y así, permitir que los labios de carne abiertos vuelvan a besarse, creando una limpia cicatriz curativa. También lo es para que nuestras entrañas hablen por nosotros, desde la visceralidad y la con y sin razón de la pasión. En este nuevo poemario, Beatriz, desde mi observación, encuentra las palabras que cuentan de la necesidad vital que supone el amor deseado, dejando hablar a la célula enamorada que solemos acallar, para evitar que desvele nuestra más profunda intimidad. En “Desnuda junto al mar”, así se muestra, altiva y sin coraza para notar la salinidad húmeda de las olas que despierte la intimidad de la célula silenciada y no lo hace con el enfermizo anhelo de la que busca, sino con la certeza del encuentro, sin reglas ni prejuicios, desvestida del deseo egoísta de la exclusividad, como manifiesta en sus versos: “No quiero que olvides las bocas que has besado, quiero que me beses con muchas bocas, largo y despacio”.
Como he expuesto, leo a Beatriz Giovanna Ramírez desde hace el tiempo suficiente, como para dar fe de su buena letra y la profundidad de sus contenidos. En “Desnuda junto al mar”, nos da un baño de sensibilidad con lo esencial de la vida, el AMOR con mayúsculas, donde me ha sido placentero bucear en los dibujos de los encuentros que sus versos exponen. Dejarme sentir protagonista de sus deseos, que con tanta intimidad se manifiestan, hace que el tiempo de lectura se haga breve y genere el vértigo a la conclusión no deseada, salva el hecho de que los poemas se pueden leer tantas veces como apetezca, porque la interpretación del verso está inducida por nuestra propia sensibilidad en el instante de la lectura.

Ángel Rebollar 
Denia, 17 junio de 2019