Dios quiera que mi amor por ti no me haga también morir

Giovanni Boccaccio

Todo es poesía, rima, sonido y huella que florece y remueve toda impresión que habita mi ser.

En esta mañana, me visitan muchos espectros que hacen cambiar el color de mis ojos.

La voz que arranca la escarcha, me pinta con su pelo de marta otra imagen que no siento y no vivo. Pero es tal su convencimiento, que hace que me disfrace como en un juego de mininos.

En la plaza de los hombres más fríos, la gitana nos escarba como buscando posibles clientes, pero a su mirada sombría le huyen mis ojos que de todo se impresionan. 

Mágicamente reviví esta mañana después del baño, la mujer de los augurios pronosticó que si no me colocaba la ropa interior al revés, pasaría un mal día y no tendría suerte.  Como una gran ruleta, no sé ni siquiera qué es la suertepero su advertencia fue tan severa que tomé sus palabras linealmente.  Cuando cruce la puerta, me reí de mis bragas, pero me tranquilicé porque no correría peligro en esta gran ciudad de mis amores, me acompañaría la suerte y la esperanza. 

Convencido de mi disfraz, trata  de despellejar mi rostro y sacarme a empellones sonrisas, parecía un cruel domador que látiga las fieras para hacer reír al vinagre. Pero cansada de su nombre que tiene tanto de miel y amargo, me propuse a respirar en su hombro, revelarle mis ojos y leerle una flor.

Con la lectura de la flor su látigo se ablando, cambio el domador y pude desprenderme del disfraz impuesto. Busqué sus labios en la tarde y lo arrastré por la estación al rectángulo encendido circundado con sombras que evaporan los deseos.

En mi mente hay muchas voces templadas y telescópicas…

 A su derecha traté de hablarle, de los diez espejos, las cinco vocales  y revelarle una a una las consonantes de mi nombre.

No comprendí, que el lenguaje esconde otros lenguajes, que mis palabras no eran claras y precisas…

Cómo tantas veces, entre lo que siento y proyecto hay un abismo desafortunado…

Nos transformamos en bestias insensatas en la niebla que desdibuja los rostros y lentamente, en el cuadrilátero, sumisas estaban las fieras,  ocultando el rugido de sus tripas, esperando un sólo un paso, para poder lanzarse a su presa.

La impaciencia los acorrala más que el frío, no hay palabra que los cruce y los haga hombres.

A la orilla del rectángulo, se esconden muchos quejidos, sólo se siente una ley absurda “quien parpadee pierde”.

Se miran sin mirarse.

Matar o morir es amar, se lee en el dintel.

Se escucha en el ambiente como el deseo es más fuerte que la voz y como la urgencia se disipa por el abandono. 

La escarcha, cubre la piel de la fiera, su sangre está caliente y no lo sabe quien la ve.

Qué abismo tan desalentador y frío, producen dos que se quieren devorar.

Las manchas huyen serenas como vapor.

Se marchitan las manchas sin el brillo del sol.

Pobres son las sospechas que los inunda a chorros, que los llenan de alfileres y vacíos.

Una mano afilada se niega a volver a sentir las heridas que la dejaron sin dedos y ojos.

Se latigan los cuerpos con las caricias que no llegan.

Se látiga el alma en espera por la mano que no la alcanza y que jamás la verá.

La voz que arranca los pétalos de hielo, se dispone a llenar la flor de más hielo, los remolinos de su cabeza soplan con fuerza huracanada dejando el tallo, el amor, la esperanza,  sin color.

¡Todo era cierto! La esperanza ya lejos hace enderezar el triangulo rojo. La  suerte no ha existido y jamás existirá.

Reviso su mirada vacía y llena de agujeros negros. Me río de mi suerte y suspiro por este aire impregnado de tanta pragmática.

© Beatriz Giovanna Ramírez