Serie: 25N. Las Presentes 02/38

Fotografía de Manuel Antonio Velandia Mora

Concentración contra la violencia de Género, Alicante



 A Angie Simonis

Angie, tu nombre
lo pronunciaré como quién invoca a la Diosa.

Ésta mañana, la
muerte llegó y desordenó mi escritorio, perdí varios versos entre
lágrimas.

Nadie me enseñó
a reponerme de la muerte, nadie me enseñó a perdonar los engaños
de la vida.

En el tiempo
descendiste al abismo y ascendiste iracunda pero llena de amor.

Yo vi en tus ojos
la verdad de la noche, la sabiduría del mar ardiendo, a la heroína
que insiste en visibilizar a las mujeres, a la niña de la bandera
del arco iris que levanta la voz ante la desigualdad, el horror y la
injusticia. Tú me enseñaste a cambiar el color de la mirada, tenías
los ojos abiertos, Amazona libre, desde entonces, llevo puestas unas
gafas violetas. Así conocí la grandeza de las flores, las aristas
de la historia: Rompen, abren, cierran, desgarran, cosen, tejen,
entretejen los espacios… Aquí, los ojos están muy ciegos. En el
exilio, en el centavo, en la sangre, en el peso, en la cicatriz, en
la peseta, en el ébano, en el céntimo, en la pobreza, en el euro,
en los murmullos… En la carretera, sí, en la indiferencia, en las
bragas desgarradas de una pobre muchacha, en la rima, en el
patriarcado, en los hospitales, en la cruz, en el martirio, en la
lactancia, en lo etéreo, en los ecos, en los llantos prolongados,
en las horas, en la heroína, en el perdón, en el hierro, en la
calle, en los tejados, en las lesbianas, en los camiones, en los
homosexuales, en los cementerios, en los cadáveres, en la política,
en los pansexuales, en los ambulatorios, en las ciudades, en las
mujeres, en las noches sin luna y sin estrellas, con tanta luz
extraña, me instalé, poco a poco, en la habitación de Virginia
Woolf, para echarme a llorar.

Todo lo que ahora
me mueve es un inmenso grito que no alcanza la luz de tu aurora.

Lejos, se diría,
estás tan cerca que puedo leerte.

Visitamos en tu
máquina del tiempo a todas las mujeres, escuchamos sus cadenas, nos
sumergimos en sus luchas desatadas (algunas ganadas). Y era un
misterio la fuerza de tu voz, la madera de tus sueños que destruían
imposibles. Me siento en llanto, amiga, suena de fondo la música de
otoño, no sé, que sopla tu nombre conjurando las hojas. Suspira el
dolor en mi pecho, gira y hace piruetas en un tiempo que se detiene y
avanza. Todo era verdad, hay que seguir andando, querida madre,
amada hermana, ferviente amiga.

Beatriz Giovanna
Ramírez

21 de Noviembre
de 2013